jueves, 27 de febrero de 2014

LOS AMIGOS QUE ESTÁN, LOS QUE VAN Y VUELVEN, LOR RECIENTES, LOS QUE ESTÁN POR VENIR...


Hace ya mucho tiempo, posiblemente desde siempre, puse en marcha un dispositivo interno (y por interno me refiero a que concierne a la mente y al alma) capaz de salvaguardar mi identidad frente a las adversidades de la vida cotidiana. En pocas palabras: no he dejado nunca de ser yo, ni de sentirme realizada. Cuando el trabajo en el hogar, el de fuera de casa, la compra, los innumerables recorridos de ida y vuelta hacia y desde el colegio de los niños, las actividades extraescolares, las enfermedades de los seres queridos acechaban y ponían a prueba mis fuerzas, siempre he recortado un momento para mí. Y aunque no fuera un momento real, calculable en horas o minutos, allí estaba, puntual a la realización de una puesta a punto de mi espíritu, comprobando que mi esencia no había cambiado, dejándome patente que llegaría el instante en que el tiempo se volvería tangible. Me considero afortunada ya que los problemas que han surgido en el camino son los del día a día porque, como siempre digo a mis amigas cuando se quejan de un cuarto de baño que arreglar o de un fontanero que llega tarde, “los problemas cuando llegan te golpean y te arrollan como un tren en marcha: el resto es simplemente vida”. Todo esto para decir que, últimamente puedo recortar cada vez más espacios para mí.

Uno de estos se puede localizar en un día en concreto de la semana en que, mientras aguardo la salida de mi hija de una actividad artística, me siento en un establecimiento de comida rápida de la isla, lugar que, aunque pueda parecer el menos indicado para una tarea intelectual en condiciones, cumple a la perfección su función de territorio de lectura, escritura, descanso y encuentros. Precisamente en las horas, teóricamente “muertas”, que comporta la espera, escribí parte de mi última novela “Cuando el día cambia de color” (como ya me pasó en una lejana ocasión con mi primera novela “La memoria del agua”, en el coche aparcado delante del colegio de mis hijos). Y así se lo hice saber a los empleados de dicho restaurante que, trabajaban sin saber que todo aquel faenar había influido, de alguna manera en mi inspiración. De todos ellos, sólo una persona mostró un real interés por el proceso creativo que había tenido lugar en aquel sitio aparentemente árido, que normalmente servía para albergar charlas y proceso de alimentación, a veces tan rápidos como su comida. A ella (es una mujer), va dedicado parte de este escrito, porque en las pocas ocasiones en que la he visto, ha demostrado tener unas inquietudes que van más allá de las que se podrían definir como actividad diaria y que parece haber sabido resurgir de sus cenizas y crear un mundo enriquecedor, lleno de libros, actividades manuales y otros menesteres interesantes. A ella quiero que llegue mi gratitud por demostrarme una admiración literaria que no creo merecer y haber abierto una puerta para que mis escritos traspasen lo que concierne el ámbito de los amigos.

En los últimos días, otra persona  ha logrado lo mismo y también se trata de un admirador literario, esta vez en la distancia ya que desde una isla situada en un mar tan diferente al mío (“más oscuro y profundo” lo define él), me envía opiniones, preguntas y sobre todo notas musicales y palabras de otros tiempos, que provienen de los vinilos que colecciona y que se asemejan tanto a las que se expanden por mi casa rebotando en las paredes, permitiéndome recordar emociones y experiencias vividas que puedo, luego, plasmar negro sobre blanco. No le conozco personalmente, pero su cultura es exquisita y con su interés  ha logrado que mis palabras crucen el “Estrecho” y se adentren en mar abierto, tomando un rumbo hasta ahora desconocido, recalando en las costas de su pequeña isla, para seguir cargadas de energía hacia otro lugar. Aquí también dejo constancia de mi gratitud.

Volviendo al lugar desde donde arranca este alegato, el local que se ha convertido en territorio de descanso de las tardes de un día entresemana, quiero resaltar el hecho de que también haya servido como punto de reencuentro con una gran amiga, que hacía años que no frecuentaba. Después de tanto tiempo sin vernos, teniendo noticias entrecortadas la una de la otra, nuestras sesiones de tarde se han vuelto imprescindibles. Las charlas, donde se tocan los temas más diferentes, son la excusa perfecta para recargar las pilas, el instante esperado y deseado, el momento que es capaz de hacer que el fin de semana llegue raudo a nuestro encuentro, la cita ineludible e inaplazable que ha conseguido que no me importe que el establecimiento de comida rápida ya no cumpla su función de distrito de lectura y escritura…ya lo haré en casa.

A este propósito envío un mensaje a una amiga muy especial. Una misiva de las que se ponen en una botella y que se lanzan al mar desde un acantilado. Vive en una isla cercana, situada en el mismo mar de maravillosos tonos azules y verdes que, las Instituciones, quieren estropear, aun más si cabe, con prospecciones y perforaciones de lo más variado. Al no estar muy lejos será fácil que ella pueda recoger mis palabras en una de las maravillosas playas que caracterizan su hogar, una de las salpicadas por casitas de pescadores, con un llaüt en el horizonte. Mi botella quedará varada en un cúmulo de Posidonia, de la que los barcos de recreo se empeñan en arrancar y que los turistas no quieren encontrar sobre la blanca arena mediterránea. Y ella sabrá que tiene que venir, para seguir con nuestra fantástica y enriquecedora costumbre de comida, palabras y cine: quién puede resistirse a un plan así.
 



“Mort Accidental d’un Anarquista”

Es millor de cada casa.

 

Ya que la amistad parece ser el hilo conductor que rige mi vida, puedo poner, como suele ocurrir en la series de televisión un... “continuará” en vez de un punto y final.

Mientras tanto os dejo la dedicatoria de mi última novela “Cuando el día cambia de color”…va por todos vosotros.

A los amigos que están desde siempre.

A los que van y vienen.

A los que vuelven y a los que volverán.

A los recientes.

A los que están por venir.


Francesca Valentincic

“Cunado el día cambia de color” Ediciones Atlantis

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL JUEGO DE LLAVES QUE ABRE TODA UNA VIDA (con dientes de 3,5 y acabado en estrella)


Acabo de leer una novela que, por su argumento, la clásica llamada de teléfono para correr al hospital al pie de la cama de una madre enferma, llamada que realiza un padre con el que la protagonista no tiene prácticamente relación, hubiera podido fácilmente y sin queja por parte de ningún lector, caer en el estereotipo y la retorica. Hubiéramos aceptado las normas que regulan este tipo de historias, sin rechistar, adaptándonos al discurrir de los hechos.

Pero nada más abrir la primera página de “Las Llaves de casa” de Carmen Estirado, la novedad y el fluir contemporáneo de las palabras, nos sorprende gratamente, dejándonos agarrados al papel, sin posibilidad de escape. No sabría cómo definir la narrativa de esta autora sin caer en el tópico de los adjetivos utilizados en las recensiones al uso, que la definirían como fresca (en el sentido de “un golpe de aire fresco), vanguardista, moderna. Mi primera sensación fue la de encontrarme delante de una forma de escribir diferente a la que no estaba acostumbrada, muy actual, sin caer en la tentación de la jerga, manteniendo en todo momento una forma de redactar y unas descripciones impecables. Y sobre todo, Carmen Estirado, le concede mucho más importancia a la trama que al desenlace, cosa que agradezco inmensamente (“…Amar la trama más que el desenlace…”,  dice en unas de sus canciones uno de mis cantautores favoritos, Jorge Drexler), mimando sus descripciones, enriqueciéndolas de detalles que a alguien acostumbrado a los best sellers tamaño tocho, podrían parecer inútiles, pero que a mí me dejaron impresionada:

Pedí el menú completo: churros, chocolate caliente y zumo de naranja. Me lo sirvió la camarera gorda que siempre se apoyaba en la orilla de la freidora y que llevaba un delantal azul manchado de aceite que le quedaba ridículamente pequeño.

En el pasillo de al lado, otra chica más jovencita, de mi edad y con el culo más prieto, movía un cazo de chocolate. Un cacao color cremades que tenía distintas tonalidades. Esperando en la cola mi turno, me quedé atontada mirando cómo preparaba un vaso. Cogió un cacito y eligió sólo la capa de arriba, la que estaba más fría. En un segundo cucharón, entró, más ligera, la clarita. Era un color parecido al de mi violín.

…Era mi turno. Y ya me llegaba el olor a cacao recién hecho. La camarera derramó el vaso, otra vez, sobre el papel manchado de aceite. Llevé la bandeja hacia  la mesa junto a la ventana. Abrí los dos azucarillos, los eché sobre el zumo de naranja. Me quedé mirando el movimiento histérico de las ramas de los arboles. Hipnotizada por este, me tragué el chocolate hirviendo, sin dejar que apareciera una capa más oscura”.

En la era de los libros tamaño ladrillo (si no escribes más de novecientas páginas no eres nadie), Carmen Estirado desafía una vez más las normas, publicando como NOVELA, lo que la mayoría y erróneamente consideraría como un relato o peor aún, una novela corta. Y es no hay nada que pueda molestar más que los encasillamientos de una obra según el tamaño. Porque puede haber casos en que le tamaño realmente importe pero seguramente no es el caso de la Literatura (quien no esté de acuerdo lea “Un viejo que leía novelas de amor” de Sepulveda; “Requiem por un campesino español” de Ramón J. Sender; “Donde el corazón te lleve”  de Susanna Tamaro y, sin ánimo de compararme a estos grandes, “La memoria del agua” de Francesca Valentincic). A veces pocas frases bien dichas, unas palabras puestas en el lugar exacto, llegan mejor al alma que cien repeticiones de la jugada. Y todo esto lo ha entendido perfectamente Carmen Estirado, el escrito de la cual rebosa preparación académica, cultura y una vida “vivida”.
Carme Estirado
"Las llaves de casa"
Ediciones Atlantis

www.edicionesatlantis.com/autor/652

martes, 18 de febrero de 2014

PARAULES I SONS


De los innumerables pecados capitales (siete me parecen pocos) que caracterizan nuestra especie,  uno de los más terribles se me ha antojado, desde siempre, la desidia con la cual dejamos que pueda desparecer de la faz de la tierra un idioma cada quince días. No contentos con amenazar las diferentes especies de plantas y animales que nos rodean, eliminándolas al ritmo de tres cada hora, según los expertos, un dato aterrador, aunque no fuera del todo exacto, nos dedicamos a mirar hacia otro lado también cuando se trata de nuestro legado cultural. Pero qué podemos esperar de un colectivo, los humanos, que no es capaz de cuidar ni de sus propios congéneres.

Como decía, desde pequeña lloraba cuando me enteraba de que había muerto la última persona portadora del patrimonio más preciado de su tribu o etnia. A menudo intentaba imaginar la soledad que habría experimentado en sus últimos momentos, sin nadie con quien poder comunicarse, con nadie que le entendiera en su idioma materno. Y admiraba a los estudiosos que se pasaban años, viajando por el mundo, recopilando datos y sonidos en sus magnetofones, para luego escribir aquellas palabras que habían estado a punto de perderse para siempre, en ensayos y libros que nadie leería nunca. Me desesperaba pensando que aquellos hombres valientes, en muchas ocasiones no habrían llegado a tiempo: los pocos recursos en su haber, el derrumbe de una carretera, la estación de las lluvias,  el hecho de no poseer el don de la ubicuidad, harían que su entrada en una aldea se efectuara demasiado tarde, cuando los ecos del sonido de las últimas palabras de un idioma milenario, se hubiesen apagado del todo.

Sense ànim de generar polèmica ni establer comparacions, trobo que per entendre a fons els costums de un lloc determinat i viure’ls de forma plena, és imprescindible conèixer-ne la llengua i que aquesta és el pilar de la cultura. Darrerament les Institucions de les Illes Balears nos han volgut imposar una nova estructura cultural, basada, a dita del nostres polítics, en les avantatges de la “multiculturalitat”,  fent-nos sentir culpables, intolerants i fins i tot xenòfobs (això no els hi perdono) per no voler acceptar  les bases que nos obririen les portes de les comunicacions amb els altres, intentant inculcar-nos que parlant la nostra llengua no arribaríem molt lluny, cosa que sí seria possible si nos aprenguéssim quatre nocions fetes per a ignorants, de historia i geografia amb anglès o si li donéssim tota la importància que li correspon, al castellà (llengua que, per altre, em fascina però que no és la que pertany a aquestes terres en mig de la mar).

 I tot això m’ho conten a jo que, dins la meva esquizofrènia lingüística, tinc una llengua materna diferent a la que faig servir per escriure les meves novel·les, la qual tampoc  coincideix amb la que utilitzo per les meves relacions personals, per el meu quefer quotidià, en poques paraules, per viure, estimar, sentir, entendre el món cultural que m’envolta. I que, sobretot, no em considero ni intolerant, ni xenòfoba ni vull que em facin sentir culpable.

M’ho volen fer creure a jo, que he estudiat idiomes, que em considero una persona oberta als altres, i em conten que per parlar català i voler que els meus fills es mullin i es banyin amb aquesta cultura, no soc tolerant. Simplement lo que han fet ha estat llevar-nos lo poc que s’havia aconseguit en el darrers vint i cinc anys, i fer varies passes enrere cap a la obscuritat de la ignorància.

Com ja he dit en moltes ocasions, tota la meva admiració i el meu suport va als professors i als mestres que han lluitat pel futur dels nostres fills i als que han patit un càstig a canvi del seu coratge.

M’agradaria recordar la marea verda i totes les manifestacions que es feren per aturar la situació i donar les gràcies als grups musicals que donaren suport a les protestes pacífiques i plenes de notes i paraules importants. Record una ocasió especialment emotiva, una nit de setembre a la Plaça d’Esporles amb el grup Al-Mayurqa i els germans Martorell, música dels quals esper parlar en breu.

Imagino que ara entendreu aquest canvi de llengua al meu blog. Així es pot demostrar que els que em segueixen des de l’altra punta del món (cosa que no entenc perquè passi, i de la que estic molt agraïda) no es aturaran davant una llengua distinta, si no que entendran la dificultat i la gravetat de la situació que ens implica a tots.

Perquè cap estudiós hagi de venir mai a gravar-nos, a les Illes, amb un magnetòfon o el darrer model de tablet present al mercat. Parlant entre nosaltres, escrivint i llegint podrem mantindre la flama encesa.        

miércoles, 12 de febrero de 2014

Arte en estado puro...y el futuro que espera a lo lejos.

Hace muchos años que conozco una muchacha que, desde la más tierna infancia, me sorprendía  con unos bocetos dignos de una galería de arte. Y desde entonces supe que tenía el don de convertir en dibujos sus emociones, de dar una forma "bidimensional" a conceptos abstractos, de transformar en algo tangible, admirable y reconocible sus sensaciones.
El tiempo ha pasado y la niña se ha convertido en una mujer que sigue dibujando sus sueños y ha decidido prepararse y formarse para perseguirlos. Lo que hay en sus portapapeles, cobra vida en el momento en que sus dedos deshacen los nudos de los lazos que lo mantienen cerrado. Al abrir la funda de cartón que custodia su obra, parecen salir de ella mil mariposas que llevan escritas en tinta china, en el revés de sus alas, frases de otras épocas y otros lugares. Los rostros que se asoman desde los folios esparcidos, que lentamente se deslizan los unos sobre los otros, nos ofrecen retales de vida, experiencias que todavía ella no ha vivido pero que ya intuye, a través de aquel sentido innato presente en todo artista en ciernes. Inútil contar que me fascina como persona y como artista. Simplemente no hay que perderle la pista y, sobre todo, gozar de su obra. Aquí va un pequeño ejemplo de su arte. Su obra os hablará de ella. Enhorabuena, Malen.

La artista es Malen Company Payeras.