Hace ya mucho tiempo,
posiblemente desde siempre, puse en marcha un dispositivo interno (y por interno
me refiero a que concierne a la mente y al alma) capaz de salvaguardar mi
identidad frente a las adversidades de la vida cotidiana. En pocas palabras: no
he dejado nunca de ser yo, ni de sentirme realizada. Cuando el trabajo en el hogar,
el de fuera de casa, la compra, los innumerables recorridos de ida y vuelta
hacia y desde el colegio de los niños, las actividades extraescolares, las
enfermedades de los seres queridos acechaban y ponían a prueba mis fuerzas,
siempre he recortado un momento para mí. Y aunque no fuera un momento real,
calculable en horas o minutos, allí estaba, puntual a la realización de una puesta a punto de mi espíritu,
comprobando que mi esencia no había cambiado, dejándome patente que llegaría el instante
en que el tiempo se volvería tangible. Me considero afortunada ya que los problemas
que han surgido en el camino son los del día a día porque, como siempre digo a
mis amigas cuando se quejan de un cuarto de baño que arreglar o de un fontanero
que llega tarde, “los problemas cuando llegan te golpean y te arrollan como un
tren en marcha: el resto es simplemente vida”. Todo esto para decir que,
últimamente puedo recortar cada vez más espacios para mí.
Uno de estos se puede
localizar en un día en concreto de la semana en que, mientras aguardo la salida
de mi hija de una actividad artística, me siento en un establecimiento de
comida rápida de la isla, lugar que, aunque pueda parecer el menos indicado
para una tarea intelectual en condiciones, cumple a la perfección su función de
territorio de lectura, escritura, descanso y encuentros. Precisamente en las
horas, teóricamente “muertas”, que comporta la espera, escribí parte de mi
última novela “Cuando el día cambia de color” (como ya me pasó en una lejana
ocasión con mi primera novela “La memoria del agua”, en el coche aparcado
delante del colegio de mis hijos). Y así se lo hice saber a los empleados de
dicho restaurante que, trabajaban sin saber que todo aquel faenar había
influido, de alguna manera en mi inspiración. De todos ellos, sólo una persona
mostró un real interés por el proceso creativo que había tenido lugar en aquel
sitio aparentemente árido, que normalmente servía para albergar charlas y
proceso de alimentación, a veces tan rápidos como su comida. A ella (es una
mujer), va dedicado parte de este escrito, porque en las pocas ocasiones en que
la he visto, ha demostrado tener unas inquietudes que van más allá de las que
se podrían definir como actividad diaria y que parece haber sabido resurgir de
sus cenizas y crear un mundo enriquecedor, lleno de libros, actividades
manuales y otros menesteres interesantes. A ella quiero que llegue mi gratitud
por demostrarme una admiración literaria que no creo merecer y haber abierto
una puerta para que mis escritos traspasen lo que concierne el ámbito de los
amigos.
En los últimos días, otra
persona ha logrado lo mismo y también se
trata de un admirador literario, esta vez en la distancia ya que desde una isla
situada en un mar tan diferente al mío (“más oscuro y profundo” lo define él),
me envía opiniones, preguntas y sobre todo notas musicales y palabras de otros
tiempos, que provienen de los vinilos que colecciona y que se asemejan tanto a las
que se expanden por mi casa rebotando en las paredes, permitiéndome recordar
emociones y experiencias vividas que puedo, luego, plasmar negro sobre blanco.
No le conozco personalmente, pero su cultura es exquisita y con su interés ha logrado que mis palabras crucen el “Estrecho”
y se adentren en mar abierto, tomando un rumbo hasta ahora desconocido, recalando
en las costas de su pequeña isla, para seguir cargadas de energía hacia otro
lugar. Aquí también dejo constancia de mi gratitud.
Volviendo al lugar
desde donde arranca este alegato, el local que se ha convertido en territorio
de descanso de las tardes de un día entresemana, quiero resaltar el hecho de
que también haya servido como punto de reencuentro con una gran amiga, que hacía
años que no frecuentaba. Después de tanto tiempo sin vernos, teniendo noticias
entrecortadas la una de la otra, nuestras sesiones de tarde se han vuelto
imprescindibles. Las charlas, donde se tocan los temas más diferentes, son la
excusa perfecta para recargar las pilas, el instante esperado y deseado, el momento
que es capaz de hacer que el fin de semana llegue raudo a nuestro encuentro, la
cita ineludible e inaplazable que ha conseguido que no me importe que el
establecimiento de comida rápida ya no cumpla su función de distrito de lectura
y escritura…ya lo haré en casa.
A este propósito envío
un mensaje a una amiga muy especial. Una misiva de las que se ponen en una
botella y que se lanzan al mar desde un acantilado. Vive en una isla cercana,
situada en el mismo mar de maravillosos tonos azules y verdes que, las
Instituciones, quieren estropear, aun más si cabe, con prospecciones y perforaciones
de lo más variado. Al no estar muy lejos será fácil que ella pueda recoger mis
palabras en una de las maravillosas playas que caracterizan su hogar, una de
las salpicadas por casitas de pescadores, con un llaüt en el horizonte. Mi botella quedará varada en un cúmulo de
Posidonia, de la que los barcos de recreo se empeñan en arrancar y que los
turistas no quieren encontrar sobre la blanca arena mediterránea. Y ella sabrá
que tiene que venir, para seguir con nuestra fantástica y enriquecedora costumbre
de comida, palabras y cine: quién puede resistirse a un plan así.
“Mort Accidental d’un
Anarquista”
Es millor de cada casa.
Ya que la amistad
parece ser el hilo conductor que rige mi vida, puedo poner, como suele ocurrir
en la series de televisión un... “continuará” en vez de un punto y final.
Mientras tanto os dejo
la dedicatoria de mi última novela “Cuando el día cambia de color”…va por todos
vosotros.
A
los amigos que están desde siempre.
A
los que van y vienen.
A
los que vuelven y a los que volverán.
A
los recientes.
A
los que están por venir.
Francesca
Valentincic
“Cunado el día
cambia de color” Ediciones Atlantis
Fantástica entrada, Francesca! Debo decir q los que te conocemos tenemos la suerte de conocer a una de las personas más positivas y que mejor lo transmite. La forma como afrontas las adversidades y tu capacidad de transmitir fuerza y positivismo, son realmente un ancla para los q no tenemos tanta capacidad para hacerlo. Es una suerte poder contarse entre tu grupo de amigos.
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