Siempre me ha gustado cumplir años, como si las experiencias de mi vida, en vez de pesar como losas, me cargaran de energía. Y siempre me ha gustado celebrarlo con mis amigas, algunas de las cuales esperan el acontecimiento para volverse a ver, año tras año.
Ha habido pocas ocasiones sin celebraciones y siempre debidas a causas mayores, como pasó hace un par de años. Pero hay es un día feliz, lleno de llamadas telefónicas, felicitaciones familiares y mensajes entrañables.
Por esto quiero dedicar unas páginas que escribí cuando no hubo ninguna fiesta, el año en que no hubo flores de almendros ni cielos azules,( escrito que incluí en mi última novela), a las amigas que siempre han estado presentes, a las que siempre me felicitan, a las que se olvidan, a las nuevas llegadas y a las que están por venir. Va por vosotras, para que sepáis que hoy es un día radiante.
Molts d'anys, amén...en vida vostra!
E
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s
el 21 de noviembre y cumplo cuarenta y siete años. Desde que he llegado he
perdido un año por cada día que ha pasado: diez días, diez años. Esto a pesar
del hecho de que siempre he sido una persona activa y juvenil. Los genes han
sido generosos con nuestra familia, motivo por el cual mi hermano sigue
pareciendo el chico que terminó la universidad y partió al mundo, hace ya un
par de décadas. Y mi padre siga llevando una vida de intrépido aventurero que
haría sombra a personajes como Mc Gyver.
Una versión moderna de Robinson Crusoe,
capaz de acampar sobre una pequeña isla y vivir de lo que ofrece la naturaleza,
en perfecta armonía con el entorno. Por no hablar de mi tía paterna,
absolutamente inmune al paso del tiempo y que vive una vida plena con la misma
energía que yo recordaba en las visitas a su casa de la playa durante mi
adolescencia. La parte materna tampoco se queda atrás: el tío Ángel desconoce
el vicio de la pereza y aunque tenga una edad indefinida entre los setenta y
los ochenta, no duda en correr si alguien necesita su ayuda.
Mi madre no sabe de este pasar rápido del tiempo, del correr de las horas, de las arrugas que surcan, de repente, mi rostro y que no corresponden con mis datos del registro civil. Ella duerme un sueño inducido, un sueño artificial pero no por esto tranquilo. Me gustaría pensar que detrás de su quiete aparente y absoluta, se esconda un mundo de tranquilidad mental. Pero no creo equivocarme si afirmo que su inmovilidad de respiración asistida es sólo un espejismo. El ruido pausado e hipnótico del respirador artificial esconde, en realidad, un revoloteo de sueños sin fin, tangibles y reales como las maquinas que la rodean y controlan incesantemente sus constantes vitales.
Ella no sabe de mi envejecimiento, en estos
momentos sus ojos están sellados por los sedantes, pero tampoco los que están
alrededor parecen percibir el cambio y siguen equivocándose, felicitándome mis
recién estrenadas treinta y siete primaveras de registro civil (¿o tendría que
decir otoños?), cometiendo un error que me deja estupefacta, tanto es evidente
para mí, el cambio que he experimentado. A modo de disculpa puedo decir que,
efectivamente, los signos externos no son tan evidentes: no hay ningún cabello
blanco de más, las arrugas son las estrictamente necesarias y como no poseen una máquina de rayos X que pueda
cartografiarme el alma, la tarea de rastreo de la pérdida de este tiempo
valioso, se complica...
Francesca Valentincic: "Cuando el día cambia de color" Ediciones Atlantis
www.edicionesatlantis.com/catalogo/3/831/
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